Diferencias entre contenido técnico y contenido divulgativo
Cuando escribes pensando en tus colegas, no en tus clientes
Existe una tensión casi automática cada vez que un profesional se sienta a escribir: teme la fiscalización del colega antes que la confusión del cliente. Esa sombra condiciona el tono, la terminología y la profundidad. El resultado habitual es un texto que blinda su prestigio técnico con citas, artículos y subapartados de norma, pero que expulsa al lector que llega desde Google buscando una respuesta clara a una duda concreta. El profesional dirá, con total honestidad, que su objetivo es atraer público. Sin embargo, las elecciones lingüísticas cuentan otra historia: pasivos verbales, sintaxis farragosa, referencias internas a resoluciones y una sucesión de conceptos que solo se comprenden tras años de oficio.
Este sesgo es comprensible. En el despacho, demostrar solvencia ante colegas y tribunales importa. Pero en el blog corporativo, la audiencia es otra: autónomos, pymes, particulares que necesitan entender “qué cambia y qué tengo que hacer”. Cuando el artículo se redacta como si fuera un informe para un compañero, se rompe la promesa del blog: acercar tu conocimiento al usuario para que confíe en ti y te contacte. Publicar piezas “para profesionales” en un canal pensado para clientes es como colgar en el escaparate un pliego de condiciones: será correcto, incluso brillante, pero no venderá.
La paradoja es clara: el mismo rigor puede comunicarse en lenguaje llano. No se trata de rebajar el nivel, sino de ordenar la información pensando en quien no domina la jerga. Explicar primero la consecuencia práctica y después la base legal; traducir un término técnico en una línea; usar ejemplos numéricos sencillos; indicar plazos y documentos. Ese es el camino. Si el lector entiende la idea, reconoce tu autoridad sin necesidad de latinajos. Si no la entiende, cerrará la pestaña y el blog habrá perdido su utilidad.
Cuando el tecnicismo es una barrera y no una prueba de valor
Muchos asesores mantienen blogs que recogen cambios normativos o criterios administrativos con precisión, pero siempre desde el prisma técnico. Es un reflejo natural: la técnica da seguridad, marca posición y evita malentendidos entre pares. Aun así, conviene admitir un hecho incómodo: el tecnicismo puede funcionar como frontera invisible entre el experto y el cliente. A veces delimita responsabilidades; otras, sin querer, levanta un muro que impide al usuario avanzar. El lector que no entiende la diferencia entre un requisito y una recomendación, o entre un plazo y una caducidad, se paraliza y pospone la decisión de contratar.
Lo ideal es invertir el enfoque. Primero, comprensibilidad; después, detalle técnico. Un post sobre un cambio fiscal puede abrir con tres efectos prácticos para autónomos y pymes, continuar con un checklist de documentos y cerrar con casuísticas frecuentes (“si alquilas tu vivienda, ojo con…”). La base legal debe estar, por supuesto, pero en su sitio: como respaldo y para quien quiera ampliar, no como un bosque que oculta el camino. Este esquema logra dos cosas: resuelve dudas básicas y, al mismo tiempo, invita a la acción (“si tu caso es este, te conviene que lo veamos en la oficina”). Esa invitación no es agresiva; es coherente con la naturaleza del servicio profesional.
El objetivo no es demostrar que sabes más que tu lector; eso ya lo presupone al entrar. El objetivo es que perciba que contigo el problema se hace manejable. Por eso conviene sustituir cadenas de sustantivos por verbos, ordenar los pasos en la secuencia real que seguirá el cliente y advertir claramente los riesgos sin dramatismos. El tecnicismo tiene su lugar —presupuestos, dictámenes, escritos—, pero en el blog debe dosificarse. El valor está en ser el profesional que traduce lo complejo sin trivializarlo. Esa es la diferencia entre un texto que impresiona y un texto que convierte.
El caso particular de los abogados: precisión sí, jerga no
En el mundo jurídico abunda la tentación de confundir calidad con oscuridad. Cuantas más palabras raras, giros arcaicos y latinajos se incluyen, más serio parece el texto. En una revista técnica esa elección tiene sentido: el lector es jurista y busca exactitud terminológica. Pero el blog de un despacho no es una revista científica. Es un canal para captar y educar clientes. Su función es que quien llega sospeche, con fundamento, que ese despacho domina la materia y puede ayudarle y que salga del artículo con dos certezas: ha entendido lo esencial y sabe cuál es el siguiente paso.
La pregunta que ordena todo es sencilla: ¿para qué sirve el blog? Si sirve para captar, fidelizar y posicionar, entonces el lenguaje debe ser accesible. “Accesible” no significa descuidado: significa preciso sin pedantería. Es compatible explicar la “ineficacia sobrevenida de una cláusula” como “esa cláusula deja de surtir efecto a partir de tal circunstancia” y después anclar la expresión técnica entre paréntesis. También es compatible resumir una sentencia del Supremo en tres puntos prácticos y, al final, enlazar la resolución para quien quiera leerla completa. De nuevo, primero utilidad, después aparato crítico.
Para orientar bien ese equilibrio, funcionan algunas pautas concretas. Abrir con el impacto práctico (“qué cambia para ti”), señalar plazos y documentos, usar ejemplos con números redondos, definir los tecnicismos en una línea, cerrar con una llamada a la acción específica (“si estás en este supuesto, agenda una consulta de 20 minutos”). Cuando el asunto lo exija, incorpora un disclaimer honesto: esto es información general, no asesoramiento individual. No resta autoridad; añade seriedad.
En definitiva, contenido técnico es el que antepone la estructura interna del oficio, contenido divulgativo es el que prioriza la comprensión del usuario. Un blog profesional debe vivir en el punto medio: con la solvencia del primero y la claridad del segundo. Si escribes pensando en quién te va a leer y qué necesita hacer después, tu blog dejará de ser un repositorio de textos tan solemnes como inútiles para convertirse en una máquina de confianza que trae consultas de calidad. Y esa, no otra, es la razón de que exista.